La Revolución industrial y la asociatividad obrera

A mediados del siglo XX, la Revolución industrial favoreció el desarrollo de tecnologías que mejoraron las comunicaciones y el acceso a bienes y alimentos, lo que hizo más asequible la compra de objetos por parte de las familias. Sin embargo, también condujo a Europa a una creciente crisis social que tuvo como consecuencia el surgimiento de nuevos estratos socioeconómicos y la reconfiguración de los centros rurales y urbanos.

Aunque el uso de motores aceleró los tiempos de elaboración de bienes y disminuyó sus costos de producción, esta misma circunstancia hizo que el trabajo propiamente tal perdiera su valor, puesto que el corazón de las fábricas eran las máquinas y no las personas que las operaban. Este nuevo sistema de fabricación llevó a que las ganancias por la venta de objetos industriales fuera concentrada por quienes poseían las máquinas e inmuebles —los dueños del capital y los medios de producción—, mientras que quienes se encargaban de realizar los procesos productivos —las obreras y los obreros— recibían un pago mínimo por sus servicios.

Partitura de Hijos del pueblo. Fuente: Cancionero revolucionario / recopilación de Armando Triviño Santiago : Imprenta Caupolican, 1925 (Santiago: [Ed. Lux]).

La lucha de clases

La gran desigualdad en la concentración y distribución de la riqueza llevó a que se fortaleciera la clase burguesa, constituida en ese entonces por comerciantes, nobles empobrecidos, militares, mujeres dueñas de pequeñas fortunas y unos cuantos profesionales. Esta clase se caracterizaba por depender de la explotación de sus propios bienes, como casas, terrenos y fábricas, que eran obtenidos por herencia o inversiones. En contraparte, se fue consolidando una nueva clase social, el proletariado, integrado por hombres y mujeres que carecían de un patrimonio que les generara rentas y, por lo tanto, debían necesariamente emplearse para subsistir. En otras palabras, dependían de la explotación de su propia fuerza de trabajo.

Ante la creciente demanda de empleos en las fábricas, los centros industriales comenzaron a sobrepoblarse. Así, con una clase obrera empobrecida y hacinada en ciudades improvisadas que no contaban con planificación urbana, los conflictos sociales comenzaron a incrementarse exponencialmente, tanto en cantidad como en intensidad. Debido a ello, durante la segunda mitad del siglo XX se comenzaron a organizar movimientos de trabajadores y trabajadoras que se propusieron mejorar las condiciones de vida del proletariado, ya fuese a través de la socialización de los medios de producción o la creación de leyes sociales, entre otras medidas.

De esta forma, las colectividades obreras se fueron constituyendo en torno a determinados ideales políticos, elegidos de acuerdo a cómo interpretaban su necesidad de justicia. En esta época, nacieron y crecieron los grupos de izquierdas contrarios al capitalismo, ya fueran comunistas, socialistas, marxistas, sindicalistas, mutualistas o anarquistas.

Dado que la clase trabajadora no controlaba los medios de producción, la forma que encontraron para generar presión en las economías locales e internacionales fue restar su fuerza de trabajo del proceso industrial y así detener las fábricas y, por ende, el comercio. Con este fin, los grupos organizados se movilizaron a través de huelgas, marchas y revueltas para demandar mejores condiciones laborales. Sin embargo, aunque este tipo de activismo tuvo como resultado la promulgación de leyes sociales en distintos países, también provocó severos disturbios y matanzas contra quienes protestaban.

A través del océano

Los efectos de la Revolución industrial no solo se vivieron en Europa, puesto que el sistema de producción mediante máquinas se exportó a todo el globo sin considerar las externalidades negativas que este proceso implicaba en el ámbito social. En América, muchos oficios tradicionales de la colonia habían logrado sobrevivir durante las primeras décadas de las repúblicas independientes, pero en la medida en que los nuevos Estados buscaron modernizarse y asemejarse más a las grandes urbes europeas, estos oficios comenzaron a ser reemplazados y olvidados. Asimismo, las ciudades americanas, que no estaban diseñadas para recibir grandes volúmenes de gente, se vieron rápidamente sobrepasadas para atender las necesidades de la población tanto en infraestructura —vivienda, escuelas, hospitales, alcantarillado, cementerios— como en servicios —educación, salud, agua potable, electricidad, bomberos—, lo que significó un detrimento en la calidad de vida de los sectores más vulnerables.

Los movimientos izquierdistas arribaron a América tan pronto como lo hicieron las industrias. Muchos obreros europeos migraron a países con economías pujantes, como Argentina y Uruguay, con la esperanza de encontrar trabajo para escapar de la miseria. Desde allí, mantenían a sus familias allende el Atlántico, generando pequeños ahorros que les permitieran trasladar a sus esposas, hijos e hijas. Ocasionalmente, continuaban migrando a otros lugares de América, como Chile o Brasil, si creían que eso les daría mejores oportunidades laborales. El proletariado no solo traía consigo su conocimiento sobre el funcionamiento de las maquinarias, sino también sobre las ideas revolucionarias que habían puesto en jaque a la sociedad del Viejo Mundo.

La importación de los conflictos europeos sumada a la ya intensa cuestión social americana generó un suelo fértil para que las ideologías de izquierdas crecieran y se propagaran en todo el continente, incluso en las ciudades que no estaban industrializadas pero que sí eran afectadas por el extractivismo. Por ejemplo, en el norte de Chile, la minería del salitre impactó de tal modo en las condiciones de sobrevida de las y los obreros que los movimientos sociales más intensos de fines del siglo XIX y principios del XX se generaron en esta zona. De la misma forma, el progresivo ingreso de las mujeres a la fuerza laboral del país propendió la formación de colectividades feministas que no solo lucharon por los derechos de las trabajadoras, sino también por la obtención de derechos reproductivos, sociales, económicos y políticos que les permitieran tener autonomía y agencia dentro de la sociedad.

La música obrera

Junto con las ideologías revolucionarias llegaron también repertorios musicales para acompañar y potenciar los movimientos sociales. Estos repertorios, principalmente de corriente anarquista y socialista, apuntaron al canto colectivo, en espacios de lucha como las protestas o las huelgas. Pero también, hubo otras músicas, no necesariamente con letras de contenido revolucionario, que fueron parte importante de la cotidianidad de obreros y obreras en este periodo. Estas músicas ayudaban a alegrar los escasos momentos de ocio y esparcimiento, a  aprender música y sobre todo, a fortalecer los lazos sociales con la práctica musical colectiva.

 

Por Constanza Arraño

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